Estuve toda la semana pensando que me iban a decepcionar, pero me equivoqué muchísimo. Fue un conciertazo. Mi primer recital de rock de verdad fue con los pixies.
Claro que nos quedamos con ganas de más, así que fuimos directo a plaza Dorrego, al café ese donde hay música en vivo todos los días.
Desde afuera del bar se puede ver el pequeño escenario, que está junto a un gran ventanal que da a la calle. La banda desconocida de hoy suena bien a pesar de la horrible canción rockpopera que están tocando.
Entramos. Todas las mesas estaban vacías, fuimos los primeros en llegar.
Lo primero que pensé fue que sonaban como un disco: ecualizados, a tempo, afinados. El bajistavocalista y líder del grupo se conocía esas canciones al derecho y al revés, la corista le ponía entusiasmo mientras el guitarrista demostraba tener buena técnica sin ser pretencioso. Pero el baterista, más experimentado que el resto, fue el que realmente llamó la atención de mis escrupulosos oídos. Groove, precisión, sutileza y, sobre todo, la sensación de que tocar así es tan simple como decir pop.
La verdad es que estaba disfrutando mucho del buen sonido que extrañamente habían logrado estos giles. Cuando se acabó la canción nos mandaron un saludo y Bronson, el bajista, dijo algo así como ¡Ah, están escuchando!
Luego nos contaría que rara vez en ese lugar alguien presta atención a la banda, ya que la gente va a lo suyo, a conversar y flirtear o, a comer y beber; o todo eso al mismo tiempo. Por eso lo que tocan se convierte en música de fondo y compiten con ruidos de todo tipo. Parloteo, carcajada, murmullo; tintineo, zapateo, chirrido, etc...
Y si no hay nadie en el café además del barman y su cara de culo, tienen que tocar de todas formas un repertorio que, mientras más se parezca a una lista de hits de radio en inglés, mejor.
Mientras escuchaba el segundo tema intenté imaginarme a mí mismo tocando covers en un café.
Siempre pensé que ese era uno de los oficios inevitables para ser músico hoy en día. Pero yo no podría trabajar así jamás, sé que un auto-boicot inconciente me haría desistir inmeditamente. Primero me aburriría mucho y después me amargaría aun más, hasta que algun cancer somatice mi insatisfacción.
¡Dios! ¡Qué derroche de talento y de energía (eléctrica)!
Tanto esfuerzo para parecerse a la hedionda mierda sonora de pura basura que la radio repite periodicamente desde que tengo memoria.
¿Por qué la música tiene que estar de fondo en todos nuestros momentos? ¿Por qué necesitamos un "acompañamiento" musical para cada estúpida acción de nuestras vidas? ¿Por qué me sentiría yo llamado a ser uno de esos muñecos en la tarima cantando para la buena digestión de esos hamburgueses?
El tiempo se aletargó hasta parecerse a una sucesión de imágenes congeladas, muecas de fotografía que se iban sucediendo cada vez más despacio.
Mi vaso de cerveza estaba a la mitad cuando empecé a extrañar el silencio.
Hasta que llegó el turno de los temas propios o inéditos. Una gran expectativa me hizo subir a una torre muy alta para empujarme hasta el vacio. Recuerdo vagamente un tema fogatero y repetitivo durante el cual nuestro amigo Bronson intentó animar a su mermada audiencia invitando a todos a cantar el estribillo. El coro era muy lento y decía algo así como 'Hueo hueo uayay uayay'.
Volvieron a los hits, tocaron un par de temas mas y se dieron un descanso.
La banda se acercó a saludarnos y nos pusimos a hablar un poco con Bronson, un yanqui desagringado que encontró su inspiración y sus medios para trabajar como músico en Bs As.
Nos contó algo de un lugar donde suele tocar con muchos músicos y nos dijo que la otra semana iba a estar tocando con su banda en un local de comida rápida méxicana.
Entonces supe que era hora de irse.
Finalmente, debo decir, que si aprendí algo más de esta experiencia es que mis canciones nunca deberán necesitar, a falta de mejores recursos, un estribillo cuya melodía no se pueda olvidar ni queriendo.